Comprar ropa, toda una experiencia




Hace unos días leí en un periódico canario la entrevista a un importante empresario del sector textil. Aquellas letras me llevaron a los probadores de sus tiendas, pero también a los de otros comercios, los que llamamos comercio de cercanía. De casualidad, por privado en Instagram, me llega el mensaje de una empresaria del mismo sector, no tan poderosa como el de la entrevista en prensa. Ella es una mujer joven y decidida, en su establecimiento ofrece un producto cuidado, mimado y sobre todo especial para sus clientas, esas que cada temporada se dan un capricho con una de las prendas que ha traído de una firma francesa o de un diseñador que la ha hecho a mano. 


Sin dudarlo le pregunté cómo tenía previsto volver a atender a su público. Ella lo tiene claro; la moqueta ya no será parte de su cuidada decoración, las clientas entrarán de una en una en la tienda, las prendas que pasen por el probador serán desinfectadas, será suficiente volverlas a planchar con vapor. Su plan me pareció perfecto, pero solo viable para comercios de esas características. 


    


La pregunta surgió rápido ¿qué va a pasar con las tiendas grandes?. Sobre la marcha me trasladé a un viaje que hicimos en 2018. Paseábamos por Milán, ciudad de la moda, era días antes de que allí se dieran cita los grandes desfiles, los exclusivos showrooms y las fiestas más sofisticadas, pero ya transitaban por sus calles modelos, diseñadores y empresarios de ese mundo mágico que cada vez me apasiona más. Próximo al Duomo un edificio majestuoso vestía su entrada con una impoluta moqueta roja, el personal de limpieza se esmeraba en que no rompiera la pureza cromática ni una mota de polvo ni la huella de aquellos zapatos de suela color carmín. La seguridad estaba perfectamente uniformada, trajes negros y camisa blanca. Pasados unos minutos, bastantes minutos, salieron unas mujeres delgadas, esbeltas con miradas tímidas pero actitud rompedora y unos caballeros seductores y risueños su actitud era diferente a la de las damas, ellos pretendían atraer a todos los que rodeaban la perfecta catenaria. Entraban unos y otros hasta que el corrillo se amplió. Haciendo un hueco los modelos fijaron la mirada en un hombre que acababa de entrar, era de cabello canoso, rizado y por su forma de llegar lo último que podías pensar era que ese señor era el presidente del Grupo Inditex. Si bajo el cartel que rezaba Zara Cinema se daba cita toda esa gente algo fuerte era lo que acontecía allí.                                                                        


                                                     


Al día siguiente fuimos a conocer aquel espacio. El edificio años antes había sido un cine, la intervención la hizo un estudio de arquitectura español. Era evidente que el grupo gallego empezaba a dar pinceladas del nuevo modelo de ventas de su producto. Subiendo por la escalinata empezamos a mirar cómo se disponían las novedades y no de colección precisamente. Los paquetes los recogías en algo similar a un cajero automático, con un packaging perfecto. 

 

  

Los probadores se plantean como pura magia; te colocas delante del espejo, eliges una prenda y como si fueras uno de los recortables de antaño te presenta el resultado que tendrá una vez esté en tu cuerpo, con todos los datos: talla, color … se abre el abanico de combinaciones, un muestrario de las piezas recomendadas o los que tú has elegido. 


Tras volar a aquella experiencia y en la situación en la que estamos me surgen cientos de preguntas; ¿será este el modelo de ventas al que se adaptarán las grandes firmas? ¿las tiendas pequeñas optarán por atender a sus clientas con cita previa?. Todas estas dudas se solventarán parece que más pronto que tarde. 

 


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